martes, 28 de abril de 2009

Talibán


Comienza cuando ves en la planilla de horarios del trabajo tu nombre repetido, copiado en dos franjas distintas, abarcando dos módulos de ocho horas cada uno.

Entras las nueve de la mañana, salís dieciseis horas después convertido en un "Talibán", proceso que va a ocurriendo de a poco, luego de la octava hora.

Tu ser se desdobla en dos personas pero con el mismo cuerpo, con la misma mente y ocasionalmente con actividades levemente discímeles o exactamente iguales.

Nada es absoluto en el talibán y poco tiene que ver con aquellos que profesan su fé al Islam en tierras orientales.

La psicología me sorprende por los giros inesperados que puede tomar la personalidad en una situación así, rasgando la razón, luchando contra tu voluntad y empujando como un buey un lastre, que en su aspecto cotidiano y familiar, radica la bruta carga que espera ser molida con golpes de tu cerebro, hora tras hora, turno tras turno.

En la undécima hora ya no hay percepción, el tiempo se transforma en algo inentendible, el reloj de arena ha liberado una tormenta de partículas que se alojan en tus ojos.

En los ojos sin párpados que tienen los talibanes para absorver mejor el brillo de las cinco pantallas simultáneas a las que están expuestos.

Esta condición lo ayuda a pensar. En la decimocuarta hora se ve a sí mismo como un engranaje bobo que gira sin parar (del cual es muy fácil conseguir otro repuesto idéntico) y que mes a mes recibe la dosis justa de aceite para que siga girando sin mayores problemas.

Casi al terminar, pisando la decimosexta hora, se siente más pariente de la máquina que del mono.

Y cuando vuelve a su casa, en la decimoséptima o decimoctava hora, sentado en el tren, escribe esto.

1 comentario:

PABLO U dijo...

Puedo agregar que el acto de hacer un taliban te ubica en un punto tripartito, justo en medio de las sensaciones de frío, de hambre y de sueño.
Para terminar como Apu, dando vueltas al edificio creyendo que sos un colibrí.

Saludos!